No ha sido hasta hoy, cuando he acudido a primera hora a la Fiscalía General del Estado, en la calle Fortuny de Madrid, a la capilla ardiente de mi querido compañero, y amigo, José Manuel Maza Martín, cuando he sentido dentro de mí que la realidad se imponía por momentos, diría yo que a pasos agigantados. Desde que el sábado a primera hora de la tarde supimos que las cosas pintaban mal para su salud, y trágicamente, para su vida; desde entonces, habíamos vivido como en una neblina. Fue una tarde trepidante, supimos primero del ingreso hospitalario, después del agravamiento de la infección, más tarde, de la complicación extrema de la situación, y, finalmente, del fallecimiento, de lo que nos enteramos pasadas las ocho de la tarde. Toda esta crónica le tocó narrarla a nuestro presidente, Manuel Marchena, quien, emocionado, nos daba cuenta de la cruda realidad de los acontecimientos. Pero, aun así, yo creía que vivíamos en un mal sueño, en una pesadilla, que se pasaría al despertarnos. No fue así, desgraciadamente. Pasaron los días, domingo y lunes, y ya no había nada que hacer; aun así, nos resistíamos a despertarnos. Pero hoy por la mañana, todo ha sido irremediable. Ante su féretro, cubierto por la bandera de España, había que aceptar la realidad. Y me he quedado a su lado, en un costado de la habitación, viendo cómo transcurrían los acontecimientos. Una interminable cola de personas, amigos y amigas, desfilaban ante ti. Incluso las más altas instituciones del país, con el Rey a la cabeza, llegaban para darte su último adiós.