Cuando uno entra en una sala de mediación por primera vez, se dará cuenta de que, junto a la pregunta, figura otra herramienta estrella de comunicación: el silencio.
Resulta paradójico que la “ausencia de hablar”, tal como lo define la RAE en su primera acepción, o “la ausencia de ruido” como segundo significado, tenga tanta repercusión en un espacio que fomenta el diálogo, y lo estructura para poder encontrar soluciones a problemas que en un principio parecían imposibles de resolver, pero es que el silencio “habla” por sí mismo, y si no, que se lo pregunten a César cuando lanzó su pregunta «¿Tú también, Bruto?«, o cuando Napoleón dirigiéndose a sus generales en la batalla de Waterloo les preguntó «¿Creéis que ganaremos?«.