Cuando uno entra en una sala de mediación por primera vez, se dará cuenta de que, junto a la pregunta, figura otra herramienta estrella de comunicación: el silencio.
Resulta paradójico que la “ausencia de hablar”, tal como lo define la RAE en su primera acepción, o “la ausencia de ruido” como segundo significado, tenga tanta repercusión en un espacio que fomenta el diálogo, y lo estructura para poder encontrar soluciones a problemas que en un principio parecían imposibles de resolver, pero es que el silencio “habla” por sí mismo, y si no, que se lo pregunten a César cuando lanzó su pregunta «¿Tú también, Bruto?«, o cuando Napoleón dirigiéndose a sus generales en la batalla de Waterloo les preguntó «¿Creéis que ganaremos?«.
En las salas de mediación hay muchos instantes que deben respetar ese silencio, es más, a lo largo del proceso habrá muchos tipos de silencio, no es neutro, y la persona mediadora debe ser consciente de que pueden aparecer en cualquier momento: los amenazantes que buscan silenciar a la otra parte, los que aparecen porque las emociones impiden que salgan las palabras, los que nos parecen difíciles de romper, los reflexivos o provocados, los que ponen énfasis justo antes o después de una frase, los que son de rechazo, los que son de aceptación, los que buscan otros silencios, los que enseñan, los de espera… por eso es necesario que la persona mediadora se pueda familiarizar con él, para dejar de sentirlo como algo incómodo o insoportable, y verlo como un gran desafío para interpretar el mensaje que incluye y sacar una lectura que favorezca el proceso.
¿Cómo podemos adquirir destreza con el uso del silencio?
Antes de la sesión de mediación, dándonos un tiempo para la introspección, para preparase. La persona mediadora está atravesada de sus propias experiencias y emociones, crea estereotipos, etiqueta y prejuzga como cualquier ser humano, y estas emociones son capaces de aflorar con mucha facilidad y no podemos obviar que, dado que somos el canal de comunicación y catalizador de opciones, tenemos un grado de participación e implicación considerable dentro de un proceso de mediación, por lo que debemos ser muy cuidadosos si no queremos perjudicar a los mediados, y ser conscientes de todo lo que puede influirnos durante el proceso. Esa toma de conciencia va a aumentar nuestra capacidad de escucha y empatía.
Si al inicio de la sesión de mediación lo hacemos con un pequeño silencio, nos va a permitir observar pequeños detalles, gestos tensos, curiosos, expectantes, actitudes corporales que nos van a dar una pauta para ir encauzando la mediación hacia lo que las partes intervinientes esperan del proceso a través de las preguntas que realice, o a través de la forma de hablar que poseen los mediados.
Además, durante la sesión, la escucha mediante el silencio genera una atención plena en lo que están relatando las partes y una mejor compresión del conflicto que sólo se consigue a través de la escucha activa.
Las pequeñas pausas al hablar continúan dándonos pistas e información para poder realizar las preguntas oportunas, lo que aumenta la confianza en sí mismo como profesional, pero es que si la persona mediadora permanece en silencio escuchando sin interrumpir, a su vez lanza el mensaje de que el conflicto por el que se acude a mediación es tan importante para él, como para cada una de las partes, que están viviendo un momento difícil, haciendo que se sientan más comprendidos y aceptados, lo que favorecerá una especie de “vínculo” con el mediador, de confianza en el proceso.
Estos silencios permiten que se pueda utilizar con fluidez el parafraseo transmitiendo la comprensión del conflicto, e incluso incorporando pequeños matices que no se hayan tenido en cuenta y sean importantes, pero también se puede sacar provecho de esos silencios haciendo más efectivas otras herramientas como el reencuadre, o el reflejo.
Tampoco podemos olvidarnos de que los silencios nos ayudan a poder darle una estructura a lo que está pasando, a recapitular, organizar y aclarar planteamientos, o vislumbrar intereses que hasta entonces hubieran permanecido ocultos.
El uso del rotafolio suele ser un instrumento útil para favorecer esos silencios, mientras se escribe lo que se considere resaltar, va a permitir una reflexión interna por parte de los mediados. Y a falta de rotafolio, también se puede utilizar en determinadas situaciones una hoja en blanco para cada una de las partes intervinientes para que sean ellos los que escriban lo que consideramos relevante para el proceso.
Al final de la sesión el uso del silencio como herramienta es beneficioso, pero esta vez para poder realizar un registro personal por parte de la persona mediadora, herramienta en la que no nos vamos a extender más, pero de la que pueden encontrar información más detallada, incluso con un modelo de preguntas en el siguiente artículo: Técnicas del mediador: el registro personal – SP/DOCT/19734– publicado en el portal TOP Jurídico mediación y arbitraje.