Daniel Bustelo es uno de los estudiosos y profesionales de la mediación con más reconocimiento internacional, al que, además, debemos agradecerle varias aportaciones a este campo, como su particular enfoque de abordar el conflicto, su desarrollo conceptual del proceso de mediación y sus herramientas.
Fundador de AIEEF (Asociación Interdisciplinaria Europea de Estudios de Familia), primera Escuela de Mediación en España en los años 90, socio fundador del foro Mundial de mediación, Profesor, ponente y conferencista…decir que es un referente en mediación, es quedarse corto, pues bien, llega a mis manos su última obra que desde Sepín hemos tenido el privilegio de editar: “Función mediadora”, y no puedo evitar ser atrapada por la lectura desde su prólogo.
Creíamos que era la mediación, pero nos faltaban algunos interrogantes: ¿es lo mismo “mediar” que realizar “la función mediadora” ?, ¿es lo mismo “ser mediador o mediadora” que ejercer “la función mediadora” ?, ¿esa función es ejercida exclusivamente por mediadores o por todas las personas que participan de una mediación?, la consciencia de estar comunicándonos, ¿sería en sí la función mediadora?...
Muchas dudas en el aire, que a veces ni nos las habíamos planteado, pero que, ahora, al hacerlo y buscar respuesta, nos va a llevar a sacar nuestras propias conclusiones y mejorar en nuestra labor como profesionales de la mediación. Considero que “Función mediadora” es una obra imprescindible de la que os dejo un extracto de un parte en la que se aboga por una revisión de algunos términos habituales que usamos en mediación, y que es utilizada por el autor para dar comienzo a un debate intelectual sobre la mediación hoy, que no debe perderse de vista.
Como muchos ya hemos manifestado, estos términos necesitan ser perfilados y precisados, pues, como sabemos, el uso del lenguaje importa, la palabra importa, y ésta tiene un papel protagonista en el proceso de mediación:
“Quienes compartieron un espacio de formación en la Asociación Interdisciplinaria Europea de Estudios de la Familia (AIEEF) recuerdan que decía que el ser humano era un poco como un iceberg, del que vemos solamente un 11 % y que, sin embargo, eso que vemos está sostenido por un 89 % que no vemos y que no conocemos, pero que sabemos que está allí. Esta metáfora está dada por el concepto, no por los porcentajes, que son inmedibles en el ser humano. Esto se debe a la complejidad que en las personas implican todos los aspectos que expondré respecto de la palabra, la resonancia, la diferencia y la escucha.
Por lo tanto, nosotros –mediadoras y mediadores– también tenemos una porción que no mostramos y de la que mucho no conocemos, pero que nos sostiene. Eso que no conocemos de nosotros mismos condiciona cómo escuchamos, cómo vivimos lo que pasa en la sala de mediación y, por tanto, habíamos concluido que no podíamos ser neutrales.
También llegamos a ver que la empatía, tal cual es definida habitualmente, es imposible. Es imposible, ponerse en el lugar del otro, pues el otro es único, distinto y también tiene esa parte que no conoce ni conocemos. Finalmente nos amparamos en la comunicación como herramienta fundamental para la tarea, pero sin ser conscientes de las limitaciones que tiene la pretendida comunicación entre los seres humanos hablantes.
Estos principios de neutralidad, empatía y comunicación, sobre los que nos formaron y formamos a quienes median, durante años han llevado a niveles de exigencias personales para cumplir con pautas de imposible cumplimiento, que no podían más que llevarnos a la frustración y, poco a poco, a convertir a la mediación en una forma de gestión similar a las ya existentes; es decir, en más de lo mismo.
Necesitábamos cumplir nuestra función y las exigencias planteadas desde la formación eran incumplibles, pero no por nuestra culpa, sino por ser imposibles en sí mismas. por lo tanto, volvíamos a nuestras formaciones de origen; nos refugiamos en el supuesto saber que tenemos, dado por nuestra formación original, y satisfacemos poco a poco la demanda del sistema político actual, en el que lo importante es la eficiencia, la solución del conflicto, la rapidez y el bajo costo. Además, se nos exige que aliviemos a los tribunales de asuntos que la gente debería ser capaz de resolver por sí misma y fuera de ese ámbito jurisdiccional que está para conflictos mucho más “serios”.
Allí nos ponen la zanahoria delante de nuestra vista y nos sugestionan con nuevas áreas laborales que nos permitirán obtener las habichuelas que la vida demanda, por medio de la mediación y sugestión.
Es por tanto muy importante dejar de lado esos preceptos que se han entendido como fundamentales y que han ido dificultando nuestro hacer. Lo esencial, para bajar el nivel de exigencia y poder dedicar más atención a la escucha y a lo que ocurre en la sala de mediación, es que no olvidemos que, cuando se habla, se lo hace respecto de lo que sabemos, de lo que sabemos que no sabemos y de lo que no sabemos que sabemos. Se habla, y por lo tanto se escucha, no solo con lo que se ve del iceberg, sino con todo lo que está debajo, que sostiene nuestro decir y escuchar.
Sugiero, por tanto, en vez del imposible de tener empatía, estar abiertos a escuchar las cuestiones que quieren gestionar, evitando centrarnos en detectar el tipo y categorización del conflicto, con independencia de quiénes lo viven.
También, en vez de usar la palabra neutralidad –a la que ya me he referido–, creo que es mejor el concepto de equidistancia funcional; es decir, poder estar abiertos y atentos con cada participante tal como la necesite en los distintos momentos, para que se pueda cumplir con la función mediadora.
Finalmente, respecto de la comunicación, si reconocemos la imposibilidad de que ella exista plenamente, podemos referirnos a prestar atención al lazo social que permite generar el hecho de hablar, decir y escuchar dando los tiempos, procurando así que –poco a poco– se haga explícito lo implícito.”