No cabe la menor duda de que la mediación promueve el diálogo. El mediador, durante su formación, ha aprendido cómo favorecerlo, pero, además, debe ser consciente de que hay detalles que pueden facilitarlo y crear un espacio neutral, donde las partes se sientan cómodas y puedan explayarse.
Siempre se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras. En mediación, la imagen también cuenta, empezando por la del propio mediador.
Parece una obviedad, pero el mediador debe vestir de forma adecuada a la mediación que va a llevar a cabo. Por ejemplo, si viste con un traje oscuro y corbata para acudir a una mediación intercultural en un barrio marginal, puede dar una imagen demasiado autoritaria, cuando, no lo olvidemos, el debe estar al mismo nivel que las partes, no debe estar ni por encima ni por debajo. Sin embargo, si tiene que participar en la resolución de una disputa comercial multimillonaria, será más difícil que obtenga la confianza de los futuros mediados si acude con un atuendo informal, tal como vaqueros y un polo.
Una vez se ha cuidado la imagen del propio mediador, el espacio físico donde se van a desarrollar las sesiones cobra también mucha importancia. En ocasiones, ese espacio neutral no tiene por qué ser un despacho. Por ejemplo, podría ser una habitación habilitada del edificio para celebrar juntas vecinales. La condición fundamental es que la mediación transcurra en un ambiente en el que todos se sientan cómodos. Si se opta por acudir al despacho del mediador, unos colores suaves y una luz indirecta favorecerán esa situación de confort y ayudará a generar confianza.
¿Cómo nos sentamos?
Esta sencilla pregunta tiene una respuesta compleja, tiene diferente casuística y, además, tiene que ver con la preferencia del mediador.
Lo ideal sería sentarse en sillas iguales, así se equilibran las partes con solo una mirada. Las sillas reflejan el estatus, comparemos si no la silla del Director General de cualquier empresa al azar, con la de un empleado de inferior categoría.
Personalmente, prefiero que no haya obstáculos entre las partes, impidiendo, por ejemplo, que una mesa pueda utilizarse como parapeto, de esta forma es más fácil seguir el lenguaje no verbal que proyectan los participantes.
Sin embargo, en ocasiones, es preferible que sí la haya. En cuestiones mercantiles, entre otras, donde se acude con mucha documentación, siempre es más cómoda esta opción. La cuestión que surge entonces es: ¿cómo debe ser esa mesa?
A veces es difícil encontrar la disposición perfecta. Podemos encontrarnos con condicionantes de espacio o una forma extraña de la habitación, no obstante la disposición ideal debe reflejar el proceso de mediación ideal. Los protagonistas del conflicto deberían enfrentarse al problema, y no entre ellos, de modo que, de ser posible:
Por esa razón la elección de una mesa redonda sería la alternativa más lógica, pues nadie sobresale, no hay líder; y si es de cristal, mejor, ya que no habrá interferencias con el lenguaje corporal. Además, las mesas redondas generan grupos abiertos, cooperativos e informales. El propio Rey Arturo eligió una Mesa Redonda, con asientos aleatorios para que nadie supiese dónde se iba a sentar.
Si el mediador se sienta en la presidencia de una mesa cuadrada o rectangular, es casi inevitable que las partes en conflicto queden frente a frente. Este tipo de mesa genera grupos cerrados, formales, competitivos y rivales.
Sobre la mesa, cuantos menos elementos haya mejor, para evitar distracciones. Cuando alguien oye cosas con las que no está de acuerdo tiende a cambiar la mirada y juguetear con lo que tenga más a mano.
Eso no quita para que el mediador sea previsor, si tiene una estantería cerca o una mesita auxiliar, podrá poner de forma no tan visible una caja de pañuelos de papel, en las mediaciones los sentimientos puede estallar en cualquier momento y puede ser de utilidad para romper un poco la tensión y ofrecer un gesto de comprensión que reconforta a quién lo recibe. Para esos momentos, también es adecuado disponer de un par de vasos para ofrecer un vaso de agua, por ejemplo.
Cada sesión de mediación lleva un control de tiempos, mirar el reloj para saber si vamos bien de tiempo puede interpretarse como un gesto de hastío o de desinterés que se puede solventar perfectamente con un reloj de pared enfrente del mediador, con apenas un leve movimiento imperceptible puede seguir llevando la dirección de la sesión.
Y si hay algo que no puede faltar en una mediación es un rotafolios detrás del mediador y rotuladores de colores, para ir apuntando en la agenda lo que no queremos que no se nos olvide y todo lo importante que queremos que quede reflejado, reforzar el mensaje que puede esconder y que no se pueda borrar, siempre puede venir bien para una legitimación posterior del tipo “Si no recuerdo mal, María dijo que pensaba que eras un buen padre”.
Su uso permite contemplar la evolución de las partes y, para los que son más visuales, ver de manera tangible que se va avanzado, sobre todo en las primeras sesiones en las que se va más despacio. Es testigo del trabajo que realizan las partes.
La forma de utilizarlo debería ser de modo que no diéramos la espalda a las partes, para evitar ese intercambio de miradas “asesinas” que a veces surgen sin querer en un conflicto, yo que soy diestra, apoyo la mano izquierda en la parte superior, de modo que un pequeño giro de cabeza me pone al tanto de la situación que se desarrolla alrededor.
Y, fuera de la propia sala de mediación, si el mediador dispusiera de un lugar para que pudiesen esperar los niños pequeños, con algún juego de construcción, papel, dibujos para colorear o cómics, las partes que acudiesen a mediación tendrían una razón menos para no acudir, pues no les supondría una carga añadida el tener que buscar qué hacer con ellos. Como mediadores, debemos facilitar las cosas a quienes acuden a nosotros, pues ya tienen un aspecto de su vida difícil.
Evidentemente, esto no garantiza que se llegue a un acuerdo, además de estos pequeños detalles, también intervienen el encanto personal y el saber hacer del mediador y la colaboración de las partes; pero no cabe duda de que si emitimos todos los mensajes en la misma dirección y le añadimos una cálida sonrisa, nos será más fácil hallar un ambiente de confianza que permita que las partes, por una vez, se sienten a hablar. Y ese puede ser el principio del camino.