No ha sido hasta hoy, cuando he acudido a primera hora a la Fiscalía General del Estado, en la calle Fortuny de Madrid, a la capilla ardiente de mi querido compañero, y amigo, José Manuel Maza Martín, cuando he sentido dentro de mí que la realidad se imponía por momentos, diría yo que a pasos agigantados. Desde que el sábado a primera hora de la tarde supimos que las cosas pintaban mal para su salud, y trágicamente, para su vida; desde entonces, habíamos vivido como en una neblina. Fue una tarde trepidante, supimos primero del ingreso hospitalario, después del agravamiento de la infección, más tarde, de la complicación extrema de la situación, y, finalmente, del fallecimiento, de lo que nos enteramos pasadas las ocho de la tarde. Toda esta crónica le tocó narrarla a nuestro presidente, Manuel Marchena, quien, emocionado, nos daba cuenta de la cruda realidad de los acontecimientos. Pero, aun así, yo creía que vivíamos en un mal sueño, en una pesadilla, que se pasaría al despertarnos. No fue así, desgraciadamente. Pasaron los días, domingo y lunes, y ya no había nada que hacer; aun así, nos resistíamos a despertarnos. Pero hoy por la mañana, todo ha sido irremediable. Ante su féretro, cubierto por la bandera de España, había que aceptar la realidad. Y me he quedado a su lado, en un costado de la habitación, viendo cómo transcurrían los acontecimientos. Una interminable cola de personas, amigos y amigas, desfilaban ante ti. Incluso las más altas instituciones del país, con el Rey a la cabeza, llegaban para darte su último adiós.
Te ha tocado vivir momentos trascendentales de la vida de España y has sabido tomar decisiones difíciles.
Hoy era el momento del recuerdo. De cuando te conocí, ya en la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Afectuoso, cordial, amable, siempre con una sonrisa y, sobre todo, haciéndonos las cosas fáciles. Como suele decirse, más bueno que el pan.
Aunque coyunturalmente ostentaba el cargo de Fiscal General del Estado, él se sentía, por encima de todo, juez, en el significado más profundo y comprometido de esta palabra. Yo creo que si algo le caracterizaba por encima de las demás cosas era ser un juez justo. Se podrían añadir otros valores como gran jurista, muy técnico, con una visión general del ordenamiento jurídico, pero –para mí– lo más importante de un juez es que sea justo. Incluso ostentaba el premio «Don Justo», no hay más que decir.
Enseguida empatizamos y fue surgiendo una buena amistad, que estaba asentada sobre el compañerismo. Fuera del trabajo no surgían muchos momentos para encontrarnos, eso es cierto, pero, en algunas ocasiones, veíamos el fútbol juntos por la televisión. Cada uno de un equipo, pero siempre con la cordialidad como bandera y el respeto como enseña común. José Manuel quería mucho a mi hijo pequeño, Julio, y distanciado también en los colores futbolísticos, no dejaba de decir allí donde había ocasión que daba gusto ver partidos de fútbol con él, pues imperaba más la cordura y la objetividad que la misma camiseta.
Hemos compartido Sala en tantos y tantos asuntos de importancia que sería interminable relacionarlos. Casi me atrevo a decir que todos los asuntos que llegan al Tribunal Supremo ostentan interés por sí mismos. En ellos habitualmente decía que no tenía una opinión predefinida, sino que prefería posicionarse una vez que escuchara argumentos en una u otra dirección.
Mis mayores recuerdos pasan por rememorar a una persona querida por todo el mundo, que allí donde fuera te hablaban bien de él, con sinceridad; sencilla, amable, y, sobre todo, conversadora. No conservadora, sino conversadora, aunque no veo que tenga nada de malo ser, o no, conservador, en el sentido político del término. La mejor etiqueta de una persona, en el supuesto de que hagan falta etiquetas, es la insignia de la bonhomía, de la cordialidad, la sencillez o la amabilidad. Y esos valores, los tenía todos.
También recuerdo a ese José Manuel comunicador, al conferenciante, tan ameno que hablar junto a él tenía la ventaja de que siempre aprendías. De todos es sabido que entre sus alumnos y escuchantes no hay más que personas que guardan un grato recuerdo.
Pero la vida me puso en bandeja asistir a la defensa de su tesis doctoral, hace bien poco, a comienzos del mes de julio pasado. Recuerdo que defendió su tesis doctoral con rotundidad, explicando cada una de sus investigaciones, sosteniendo sus conclusiones y maravillando con su verbo siempre ameno.
Había investigado la novedosa responsabilidad penal de las personas jurídicas e incluso orientaba sus estudios hacia un tema espinoso como era el ámbito de la responsabilidad de los partidos políticos, dentro de la esfera corporativa.
Y, a pesar de que ya era Fiscal General del Estado, no le tembló el pulso al desgranar sus conclusiones al respecto. Pero es más, se emocionó al final de su alocución, cuando contestaba a nuestras observaciones, que no habían sido más que felicitaciones la mayor parte de ellas.
En esta materia, es autor de la transcendental de la STS 154/2016, de 29 de febrero, sentencia de pleno, en donde se desbrozan los primeros pasos de la jurisprudencia sobre la responsabilidad penal de las personas jurídicas. Un referente en la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo.
Escribo estas líneas en la editorial SEPIN, porque ambos coordinamos, con la aprobación del CGPJ, la revista de penal que cada trimestre publica esta editorial. Y a tal efecto, proponemos una pregunta de interés jurídico y, si puede ser, que sea de rabiosa actualidad, para que la contesten eminentes juristas. Así, hemos contado con la colaboración de la Academia, la Fiscalía, la Abogacía y otros cuerpos jurídicos, entre los que se encuentra naturalmente la carrera judicial, que tienen la amabilidad de participar en la «Encuesta Jurídica». Y dentro de ese afán, agradecer a Roberto Guimerá, como lo hubiera hecho igual José Manuel, su inestimable colaboración.
De esa forma hemos compartido a lo largo de estos últimos años no solamente labores judiciales sino desvelos académicos, que me han permitido conocerte mejor y admirar tu inmensa personalidad.
Hemos sido, pues, compañeros de la vida. Me da miedo despedirte con un tango, pero me sale de dentro.
Acuden a mi mente recuerdos de otros tiempos, de los bellos momentos que antaño disfruté.
Adiós, José Manuel, compañero de la vida, allá donde estés, como ahora, todo el mundo te ha de querer.
Un fuerte abrazo a los tuyos: para Marta, para tu hijo, la madre de tu hijo, tu padre y tu hermano.