Humildes consejos para actuar ante tus primeros juicios

 

Son muchos los estudiantes que tras cursar sus estudios de Licenciatura en Derecho (ahora Grado), posteriormente y a lo largo de su vida profesional no realizan ninguna actuación a título profesional ante los Juzgados y Salas de Justicia; en su lugar, optan por alguna de las otras múltiples salidas que les permiten los amplios conocimientos jurídicos adquiridos en las facultades españolas y en los que pueden explotar mejor su cualificación profesional y su perfil técnico.

Ahora bien, para otros, los años de estudio del Derecho tienen una única finalidad, sin la cual no entenderían la inversión temporal, económica y de esfuerzo previa realizada: defender a nuestros clientes ante los tribunales, combatiendo, con los mayores y más sólidos argumentos jurídicos que nuestro estudio del asunto nos permita alcanzar, las posiciones de la parte contraria a nuestro defendido y cuya existencia (ya sea otro particular –persona física o jurídica- o la Administración) es inherente a la existencia de la litis.

Pues bien, incluso aquellos para los que la actuación ante los Tribunales constituye una auténtica vocación, son susceptibles de sufrir “miedo escénico” y no ya sólo a la hora de actuar en juicio, sino incluso antes, a la hora de reunirse con sus primeros clientes.

Por supuesto, esa sensación de nerviosismo, en la qué se duda de todo (qué hacer, cómo hacerlo, cuándo hacerlo…) la he sufrido en primera persona (y sigo sintiéndola, aunque afortunadamente en menor medida). Y mi ejemplo o experiencia reconozco que no es el mejor, pues mi bagaje profesional (apenas 12 años de ejercicio) dista mucho del de otros compañeros; nuestro consuelo aquí –al menos el mío- es que, comentándolo con ellos, con independencia de que su experiencia en actuación en Sala sea mucho mayor que la mía (o la vuestra), ellos reconocen sin vacilar, que aun tras su extensa andadura, siguen a sufriendo una mezcla de inquietud y excitación.

Sinceramente creo que ese puntito justo de zozobra no sólo no es perjudicial sino que, al contrario, evidencia en nosotros una responsabilidad por hacer un trabajo satisfactorio (sino en cuanto a resultado, si en cuanto a medios). No somos cirujanos, ni pilotos de transportes colectivos de viajeros pero, nosotros, los abogados, también tenemos una gran responsabilidad, como es la de defender bienes jurídicos dignos de protección y que, con independencia de la forma que adopten (patrimoniales, profesionales, familiares, privación de libertad…) para nuestro cliente son seguramente su principal prioridad cuando acuden a nosotros.

Por todo lo anterior, y desde la máxima humildad, me permito numerar unos consejos o reglas que a mí, particularmente, me han servido y sigo llevando como premisa.

  1. Los Nervios previos

Sentir nervios es humano. Seguramente vayamos de camino al juicio con sudores fríos, dolor de estómago o temblor de piernas. Pues sí, nos pasa a muchos y no es motivo de avergonzarnos.

¿Se pueden evitar esos nervios? Pues seguramente no, pero quizá sí podemos hacer algo para contrarrestarlo y, al menos para mí, dentro de la esfera de acontecimientos que podemos controlar al depender de nosotros, los dos más importantes son: llevar bien controlado el asunto y mostrar seguridad ante el Tribunal, las partes contrarias y tu propio cliente.

Volviendo a hablar de mí, esos nervios se me pasan una vez que pongo un pie en el juzgado y comparto espera con mi cliente o mi procurador. Se acabaron los nervios; el asunto lo tengo más que estudiado, sé que es lo importante, qué debo resaltar y los puntos débiles de la defensa del contrario que debo hacer ver al juzgador. A mi cliente le debo transmitir esa tranquilidad que ofrece el haber hecho un buen trabajo previo. Como se suele decir, la “procesión va por dentro”; el cliente estará más nervioso que nosotros y tranquilizarle a él, desde una posición de tranquilidad nos ayudará a relajarnos a nosotros mismos.

  1. La puntualidad

Uno de mis principales defectos es la impuntualidad; desde que tengo conciencia, sé que he llegado tarde a citas importante. Ahora bien, jamás, desde que me puse la toga he trasladado esa tara a mi actuación ante los Tribunales. Bastante nervioso voy ya al juicio como para añadir la probabilidad de llegar tarde como una preocupación más.

Aconsejo llegar con toda la antelación posible a la sede del Juzgado; si llegas con “demasiado” tiempo, puedes invertirlo en buscar la sala de Togas o en tomar algo en una cafetería cercana, lo que a su vez te ayudará para templar inquietudes. Ya estás allí, junto a la sede judicial. Un motivo menos de preocupación. Así pues, en vehículo propio o transporte público, mejor salir con mucho tiempo para evitar angustías mirando el reloj ante imprevistos en la circulación (aquellos que tenéis la suerte de acudir a vuestras ciudades de la justicia caminando, aprovechad ese privilegio).

  1. La asistencia del cliente

En muchas ocasiones no es necesaria la presencia física del cliente en el acto ante el Tribunal (p.ej. una audiencia previa en la que el procurador goza de poder especial o un juicio en el que la parte contraria no ha solicitado su interrogatorio). No obstante, es raro que un cliente no nos pregunte si él puede o debe acudir al juicio. Yo en estos casos, siempre procuro explicarles (cuando su presencia no es preceptiva) que su asistencia o no en ningún caso cambiará el devenir de los acontecimientos; es decir, ni el hecho de estar presente provocará un beneficio o evitará un perjuicio ni su ausencia conllevará lo contrario. Ahora bien, nosotros como sus abogados no debemos temer la presencia de nuestro cliente; no hay nada que ocultar en nuestra actuación; lo haremos lo mejor posible esté o no esté él presente; así pues, cuando a mi me preguntan si pueden o deben estar, siempre les digo, después de explicarles que no es obligatorio, que hagan lo que a ellos más les apetezca.

Eso sí, si el cliente decide acudir, será mejor que le “aleccionemos” previamente: básicamente, que acuda con su Documento de Identidad, y que durante el desarrollo del juicio esté sentadito, calladito (y con el teléfono desconectado, ¡por favor!), que se abstenga de hacer gestos escuche lo que escuche y que no intervenga salvo que su Señoría se dirija a él.

  1. El uso de la toga

Su utilización es obligatoria en Sala. Recuerda que el art. 187 de la Ley Orgánica del Poder Judicial se refiere de forma expresa a la exigencia del uso de la toga: “En audiencia pública, reuniones del Tribunal y actos solemnes judiciales, los Jueces, Magistrados, Fiscales, Secretarios, Abogados y Procuradores usarán toga”.

Puedes llevar tu propia Toga o acudir a las Salas de Abogados que suelen estar establecidas en todos los Juzgados y coger una de las que allí se ofrecen y que deberás devolver al finalizar la actuación.

Si lo desconoces, no dudes en preguntar a algún compañero o a algún funcionario del Juzgado dónde se encuentra la Sala de Togas. Como anécdota, hace años tuve que intervenir por primera vez en un Juzgado de Segovia y en el mismo no había Sala de Abogados y, por ende, de Togas, por lo que yo –al igual que otros compañeros que fueron viniendo después- tuvimos que acudir deprisa y corriendo a la sede del Ilustre Colegio de Abogados de Segovia (dos calles más abajo del juzgado) para aprovisionarnos de la preceptiva toga.

En cuanto al resto de la indumentaria a lucir en el acto del juicio, nada que indicar más que cabeza, es un acto solemne, evitemos excentricidades. En ese sentido, me remito para quien le pudiera ser de interés a mi post “El calor, la toga y la corbata” publicado en el Blog de Sepín Administrativo.

  1. ¿Dónde tengo que sentarme?

Es posible que en tus primeros juicios también este sea un motivo de preocupación. Vamos a ser prácticos: si eres tú quien demandas o recurres, según entras a la Sala te debes colocar a la izquierda –o lo que es lo mismo, a la mano derecha de su Señoría-; si, por el contrario, eres tu el demandado o recurrido, debes sentarte en la parte derecha de la Sala, la que queda a la mano izquierda del Tribunal.

Es posible que esto, con los nervios del juicio no te sirva para nada y lo hayas olvidado. ¿Qué hago? Pues seamos educados y cedamos el paso a la parte contraria; seremos unas personas educadas y, de paso, ocuparemos el puesto que haya dejado libre nuestro contrario/a. Quizá no sea una técnica de la que alardear pero puede sacarnos del aprieto.

Otra opción, nada desdeñable, es que, si llegas con tiempo, accedas al juicio que se celebra antes del tuyo; de esta forma no sólo podrás apreciar como se distribuyen físicamente los papeles en Sala sino que además podrás ver el talante de su Señoría (si deja hablar, si es brusco, si admite conclusiones, si pide proposición de prueba por escrito,…), la forma de desenvolverse de los compañeros letrados que están actuando (así podremos imitar lo que más nos gusta de ellos y, al contrario, desechar aquellos aspectos que desde fuera nos hayan parecido menos convenientes).

  1. Documentación ordenada

A juicios que son “visto y no visto” y gran parte de lo que tenemos preparado no tendremos opción de exponerlo. Junto a ello, ocurre frecuentemente que aun no hemos tomado casi asiento, su Señoría ya nos está dando la palabra…¡qué agobio!

Volvemos a lo mismo; hay cosas que no están en nuestra mano pero en las que sí lo están, podemos utilizar técnicas que nos ayuden y, en este caso concreto, una que nos resultará de ayuda es tener bien clasificada y ordenada en nuestro maletín toda la documentación que queramos tener a la vista luego sobre la mesa.

La demanda y sus documentos por un lado; la contestación y su documental por otro; la nota de prueba, los pliegos de preguntas que queramos hacer a cada uno de las partes, testigos o peritos que vayan a declarar e, incluso, un esbozo de los puntos clave de nuestras conclusiones orales, que por supuesto, luego deberemos completar improvisadamente tras el resultado de la prueba practicada.

  1. La clarividencia y educación en nuestros turnos de palabra

Lo más importante es siempre llevar bien preparado el juicio; partiendo de esta premisa, tenemos que estar seguros de que seremos capaces de emplear los escasos minutos de los que dispongamos para resaltar aquellos aspectos realmente influyentes y que, según nuestro parecer, si son percibidos con claridad por el Tribunal, nos servirán para obtener una sentencia favorable. No por emplear mucha verborrea estaremos más cerca de la victoria. Debemos incidir en lo realmente importante y, de ser posible, relacionar todas nuestras conclusiones con el resultado de alguna o varias de las pruebas practicadas en juicio que las corroboren.

En definitiva; tranquilidad, el juez no es nuestro enemigo (aun cuando a veces nos traten como tal, y nos corten con poco respeto y haciendo un uso formalmente inadecuado de su potestad para dirigir el debate –yo, a título personal, acostumbro a advertir a los clientes de que aunque vean que durante el juicio los Magistrados nos llaman al orden con poca delicadeza, de ello no dependerá el fallo que dicten-); expongamos con voz calmada, dando intensidad a aquello que queramos resaltar y sin alargarnos es citas doctrinales o jurisprudenciales que ya deberían haber quedado reflejadas en nuestros escritos procesales.

Y, claro está, todo ello con la debida educación y respeto y no sólo hacía los miembros de la judicatura sino también hacía nuestros compañeros que están realizando la misma labor que nosotros pero desde la posición contraria; la educación es igualmente exigible, por supuesto, cuando nos dirijamos e interroguemos a la parte contraria, sus testigos o peritos.

En el caso de los órganos del Tribunal, antes de tomar la palabra, me parece que sigue vigente la necesidad de comenzar con la expresión “Con la venía de su Señoría…”.

Espero que mi modesta y no excesivamente dilatada experiencia relatada en estas hojas sirva para que al menos algún nuevo letrado/a adquiera algo más de seguridad cuando tenga que enfrentarse a sus primeros juicios.

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